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EL ENIGMA DEL PRIMITIVO
LENGUAJE DE LOS MANABITAS ![]() Por Lcdo. Ricardo de la Fuente. Profesor de Historia de la Comunicación en la FACCO-ULEAM Los primeros españoles que anduvieron por estas tierras hace unos cuatrocientos setenta y cinco años, dejaron escrito que en las costas de lo que hoy son Perú y Ecuador vivían numerosas tribus aborígenes y que “cada pueblo tenía su propia lengua”. No siempre estos pueblos se llevarían bien entre sí; es de suponerlo aunque no han quedado constancias de que mantuvieran guerras o enemistades y si tal cosa ocurrió, los españoles no lo mencionaron en sus “crónicas de Indias”. Si, en cambio, se escribió (y las evidencias arqueológicas lo confirman hasta el cansancio) que estos pueblos americanos del Pacífico eran notables navegantes y que a bordo de sus balsas no sólo pescaban y buceaban en busca de perlas, sino que también recorrían enormes distancias.
Hacia el norte, habrían llegado hasta Centroamérica e incluso a México; hacia el sur, al menos llegaron hasta donde hoy se ubica la capital de Chile, Santiago. Lo prueba la difusión de uno de los más valiosos productos de intercambio: los adornos y objetos de concha Spondylus hallados en enterramientos excavados en tan lejanos sitios.
El comercio marítimo tan eficazmente realizado desde los mares ecuatoriales, presuponía la existencia de verdaderos marinos profesionales capaces de enfrentar tan largas navegaciones, capitanes de balsa que debieron ser, probablemente, políglotas; es decir, que no sólo conocerían de vientos, sogas y corrientes, sino también de comercio y de las lenguas habladas en cada puerto que visitaban.
¿Qué idioma, o mejor dicho, cuántas y cuáles lenguas ancestrales se hablaron en las tierras de La Culata, como los conquistadores denominaron a Manabí antes de mencionarla como Cancebí o provincia de Puerto Viejo,?
Desgraciadamente, la gran nación de los Manta-Huancavilcas que poblaba ríos, bosques y cerros, desconocía por completo la escritura, por lo que su lenguaje o lenguajes no pasaban de ser verbales. Según Wilfrido Loor, que publicó sus libros de historia a mediados del siglo XX, lo que hablaban era una derivación del nahuátl de los mayas, con quienes habían mantenido contactos marítimos.
La destrucción física de las aldeas y pueblos, con exterminio o fuga de sus habitantes, fue tan atroz que los pocos sobrevivientes prefirieron hablar la lengua de los nuevos amos blancos, en un proceso de mestizaje que no fue sólo racial, sino también cultural, hasta que la o las lenguas ancestrales se olvidaron por completo.
Los incas cordilleranos tampoco conocían la escritura como una forma de conservación de las palabras, pero su idioma, el kichua o quechua, pudo sobrevivir gracias a que era hablado por unos veinte millones de hijos del sol, muchos de los cuales se refugiaron en sitios tan inaccesibles que la espada, la lanza y los perros del conquistador jamás pudieron darles alcance. Macchu Picchu, conocida recién en 1911, es sólo un ejemplo de ese voluntario retiro de los incas a las cumbres y los valles remotos.
Es por eso que hoy, en los albores del tercer milenio, el quichua obtiene reconocimientos oficiales y se lo oye en radio y televisión, mientras las primeras lenguas manabitas son apenas sonoros nombres del mapa regional y para nosotros, carentes de significado (Charapotó, Jaramijó, Jama, Coaque, Cojimíes, Ayampe, Ayangue, Ligüiqui, Choconchá, Joá, etc.) así como también en un puñado de apellidos que denotan el ancestro aborigen de quienes deben, por ello, ostentarlos con orgullo y dignidad.
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Al terminar este breve artículo, el autor quiere agradecer a sus alumnos de Comunicación Organizacional por invitarle a participar en este sitio web y a la vez, felicitarles por la iniciativa de presentarse y decir en el ciberespacio lo que tengan que decir. Un gran saludo para todos. |
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