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EL MUNDO Y LAS TEGNOLOGÍAS
![]() Bryan A. Mendoza
Coordinador CORP "A" Un día de febrero, fui a buscar a Martín para contarle los pormenores del partido de futbol de la semana anterior, me recibió su Madre y le avisó de mi llegada. Él salió con cara de no haber dormido toda la noche. Rápidamente salimos de su casa y apenas estuvimos fuera, Martin empezó a hablar con tanto afán, que me tocó solo escucharlo. Me confesaba con rabia y de forma irónica, que en este mundo no cabían su abuelo y él. Se pasó todo el día quejándose de ello ante mí, como tratando de desahogar los problemas que tenia con aquel veterano, y que a mí me parecían más bien berrinches infantiles. – Mi abuelo aun no comprende que su época de cavernas ya pasó, y que ahora vive en la mía—repetía Martin cada 20 minutos.
El veterano vivía a 1 cuadra de la casa en que habitaban Martín y sus padres, y tenía como costumbre visitarlos todos los días, aunque casi nunca hablaban. Los problemas empezaron alrededor de 2 meses después de que a Martín le habilitaran el internet para la computadora, desde entonces, la vida para mi amigo fue más placentera y práctica de lo que antes le había sido. Martín hacia sus deberes con mayor rapidez, conversaba con sus amigos sin tener que ir hasta sus casas, investigaba cosas que nunca antes le hubieran interesado y hasta alguna vez leyó un libro que bajo de la red. Don Jorge (su abuelo) que había crecido sin estos tipos de tecnologías, no comprendía que un muchacho de la edad de su nieto pudiera hacer todas sus tareas y actividades, sentado en la sala de su casa y con un aparato puestos sobre las piernas; por lo que se la pasaba regañando a Martin. --Un hombre debe hacer sus cosas sin ayuda de un pedazo de metal, debe salir, tomar el bus y trabajar partiéndose el lomo como en mis tiempos—le gritaba Don Jorge a su nieto.
Martin se había pasado toda la noche, pensando en que hacer y tal vez hasta ensayó lo que me decía. – no sé qué hacer, al principio solo me miraba indiferente y se iba; luego, me advertía de que me haría un adicto a la computadora y semanas después, ya había perfeccionado el habito de reprocharme, a tal punto que su aborrecimiento se expandió hasta el mas mínimo aparato tecnológico. Primero la computadora, que encabezada su lista negra, luego mi reproductor musical, mi videojuego, mi teléfono celular y hasta el televisor de mi cuarto. Traté de ignorarlo, de explicarle, de enseñarle y hasta un día hice una “video llamada” para que él pudiera ver a mis tías que viven en España. Pero mi abuelo se rehusó, diciendo que aquello era una excusa para que la gente ya no se esforzara en volver a sus países de origen. Así que no pude hacer más que discutir con él y esto destruyó la frágil relación, basada en respeto, que teníamos. Mi casa era un infierno y mi abuelo el gerente encargado.--.
Todo esto me conto Martin, y hasta pronunció algo de que su abuelo había insistido con sus padres, en que se quitara el internet de la casa y se le prohibiera el uso del reproductor musical.
La verdad, es que comprendo a mi amigo, los deberes de la universidad se entregaban por email, nuestros compañeros de clases eran la mayoría, de sectores lejanos, y las bibliotecas entraban en desuso debido a que la información por internet tomaba prioridad. Ni Martin, ni cualquier chico de mi edad, debía estar sin las tecnologías.
Mi amigo se paso defendiendo su posición ante mí, como si yo fuera el mismísimo veterano parado frente a él, con argumentos que me parecían bastante válidos, aunque con tanta efusividad, que nada bueno hubiese traído el decirle eso a su abuelo. Pasaron las horas y Martin entro a su casa, nos despedimos seriamente, se fue sin sonreír y sin mirar atrás.
De regreso a mi hogar, repetía en mi cabeza todo lo que Martin me había dicho y me parecía que tenía razón, aunque culpa no tiene su abuelo de haberse criado en una época distinta.
Me imaginé por varios minutos una vida sin tecnologías, y me pareció ver un mundo más tranquilo y con menos preocupaciones, de trabajo en los campos, de sol y de esfuerzos físicos. Llegue en aquel momento a comprender a aquel veterano, y me pareció que también él tenía razón. El agradable cuento que se reproducía en mi cabeza se vio interrumpido al llegar a casa, cuando mi madre me dijo que tenía mucha tarea, que tenía que pagar la luz, el teléfono, el agua, el cable y que por favor haga una llamada internacional a mi Padre, que trabaja en Polonia y con quien hablamos todos los días vía internet.
Me di cuenta en ese momento, que el problema no era el internet ni las tecnologías, el problema era el mundo entero. Las personas viajan mas, se ocupan tanto que el tiempo no alcanza, ya no leen como antes, y los trabajos domésticos ahora son mínimos por lo que el tiempo de ocio es mayor. El internet y las tecnologías, nos ayudan a que el tiempo nos alcance, a evitar el olvido del familiar emigrante, a que leamos nuevamente uno que otro dato interesante, y deja a nuestra disposición el ocupar el tiempo de ocio en cosas realmente fructíferas… o tal vez no.
Pasaron algunas horas y logré aclarar todo lo que pasaba por mi cabeza a partir de la charla con Martin. Y recordé mi verdadero motivo de ir a casa de mi amigo…
Me acosté en la cama cerré mis ojos y prometí que mañana si le contaría a Martin los pormenores del partido de futbol de la semana anterior. |
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